Sunday, January 29, 2006




Escribiendo donde casi se puede tocar el atardecer... o muy cerca.

Silencio

Miró hacia el patio obedeciendo una costumbre de su soledad…
Paso entre medio del atardecer sin hacer caso al celaje que se robaba el brillo de la vida.

Permaneció allí, erizada, atolondrada, sollozando en silencio…

El sol parecía atrapado por el tiempo, desaforando un éxtasis descomunal, acariciando sus mejillas, la punta de sus labios, arqueando en su espalda colores que hacían reverencia al aturdido eco que acusaba el oleaje en la arena y se disipaba con el viento.
Las hojas secas se amontonaban en los rincones oscuros, admirando la vida y enterrando todo aliento que se colaba por entre las rendijas.

Llevaba el mismo escapulario con imágenes borrosas, de vírgenes o algún santo que venero en su tiempo y ya hoy se canso de rogarle en vano y pedirles en silencio. La soledad había silenciado los recuerdos.

Y pensó… “Las flores no fueron creadas para los muertos”

Permaneció en el lumbral. Por un instante alucino con la niebla. Por otro momento pensó que había despertado en medio de la noche y con ilusiones tardías que le causaban estruendo.

El herrumbre entonaba con el celaje anaranjado, el olor putrefacto se confundía y engañada con el aroma a hierba y flores silvestre.
Rastro de la vida… Carcomida armazón de madera que purificaba, magnificaba y eternizaba el tiempo de risa y contento.

Pensaba en ella al amanecer con un tatuaje de dolor en el alma.

Y allí estaba…

Con sus ojos grandes y aun hermosos, entre el polvo que acaramela su rostro, entre funestas telas de araña que eran el adorno por toda la casa, con sus manos temblorosas, con el pellejo pegado al rostro y al pecho, con las arrugas agrietadas por la aridez de la soledad y el tiempo, apenas podía escuchar el murmullo. Estaba murmurando con el alma y peleaba a tientas con la soledad que la acompañaba.

Permanecí allí endurecida y atolondrada, sollozando entre sus rodillas sin que me salieran ni una sola palabra.

~Vane
Enero/2006