Elevando mi espíritu tenue a donde podía sentir la melodía…

El cielo difundía un esplendor regocijante, podía sentir como si estuviese lloviendo pétalos de rosas con aromas de jazmines, podía sentir el mar errante, melancólico y mágico.

Fue esa la melodía que nació de la melodía misma, profanando el alma con sus sonetos que eran tan solo dedicados al viento…

Recordé entonces tu alma dormida. Se detuvo el pensamiento en el lugar de siempre, pateando el vientre sin haber nacido. Nadie nos vio caminar de manos unidas, nadie nos escucho hablar en voz bajita, nadie nos vio tropezar los pies en la arena fría. Hasta los ángeles cerraron los ojos para que rozaras mis labios con tu aliento y el amor se conjugara con el tiempo.

Creció entonces el embrujo de la noche junto con los pensamientos lúgubres que se atropellaban con el latido del corazón y la apasionada ceremonia de nuestros cuerpos acoplándose a un mismo son.

Me encontré frente al mar, desnuda, sin prisa, entre sollozos, respiración corta, lagrimas, risas, y esa, esa melodía que vestía con tenue la luna, las estrellas y aquella noche fría…

Baje la cabeza como haciendo reverencia de mi suerte y sentí una rara ceguera luminosa, creí escuchar las voces de los ángeles, y también percibía esa, esa misma melodía… Un humo negro opaco el espíritu, el conjunto de huellas habían sido borradas por una ola enojada.
Sentí una sed arrebatadora, las caricias se convertían en dolor, las estrellas se ocultaban sin razón y el cielo replicaba a diestra y siniestra esa melodía que inmovilizaba el corazón.

Se ilumino el alma, se templo el cuerpo y la sed parecía borrar de un golpe todos los pensamientos.
Despacio sentí como el alma respiraba por si sola y se apartaba del cuerpo, embrujada por esa melodía que la atrapaba en una libertadad embriagadora.

~Vane
April/2006